"As coisas nāo têm significaçāo: têm existência. As coisas sāo o único sentido oculto das coisas". Fernando Pessoa.
Desconocer o ignorar de un modo consciente..dificil tarea... pero éste tipo, que tenía por perfil unas delgadas gafas lo hacía con una "claridad" absolutamente envidiable, quiçás fruto de muchos tragos de aguardiente en "A Brasileira", bar del castizo Bairro do Chiado lisboeta, dónde escribió algunos de sus más bellos poemas....en cajas de cerillas...Se fue pal pincho con 47 años, con una enfermedad hepática...demasiados poemas...
En éstos tiempos, malos para la lírica, unos corren, otros van a 33 revoluciones y otros se detienen..Intentamos imprimir la velocidad adecuada al tiempo, conspirando contra él , rellenando pequeños espacios abiertos al desorden, en definitiva, ir contra o a favor del diseño específico de la vida, en función de la altura de los muros...En esta secreta conspiración, no recordamos qué proporción exacta del tiempo y de la vida nos perdemos cúando caemos en la cuenta que no tenemos el resguardo de compra del equipaje transportado en los sueños, o nos perdemos en las cosas ausentes de las que no hemos podido adquirir la propiedad del tacto...la constante huída o la incesante búsqueda de la nada o del todo... "El único sentido íntimo de las cosas es el de no tener íntimo sentido alguno"..Fernando Pessoa no tenía un "yo" definido, de allí su obra "Heterónimos".
Su vida estaba construida de días, y de los días sabemos que aun siendo iguales no se repiten, por eso no sorprende que en uno de ellos, al pasar Fernando ante un espejo, viera en él, de refilón, a otra persona. Pensó que había sido una ilusión óptica más, de las que siempre van sucediendo sin que les prestemos atención, o que la última copa de aguardiente le sentó mal en el hígado y en la cabeza, pero, con cautela, dio un paso atrás para confirmar si, como dice la voz popular, los espejos no se equivocan cuando muestran. Por lo menos este se había equivocado: un hombre le miraba desde dentro del espejo, y ese hombre no era Fernando Pessoa. Era incluso un poco más bajo, tenía la cara tirando para lo moreno, toda bien afeitada. Con un movimiento inconsciente, Fernando se llevó la mano al labio superior, después respiró hondo con infantil alivio, el bigote estaba ahí. Muchas cosas se pueden esperar de las figuras que aparecen en los espejos, menos que hablen. Y porque estos, Fernando y la imagen que no era la suya, no iban a quedarse allí eternamente mirándose, Fernando Pessoa dijo: “Me llamo Ricardo Reis”. El otro sonrió, asintió con la cabeza y desapareció. Durante un momento, el espejo se quedó vacío, desnudo, pero enseguida otra imagen surgió, la de un hombre delgado, pálido, con aspecto de quien no va a tener mucha vida para vivir. A Fernando le pareció que este debería haber sido el primero, pero no hizo ningún comentario, solo dijo: “Me llamo Alberto Caeiro”. El otro no sonrió, gesticuló apenas, de forma casi imperceptible, concordando, y se fue. Fernando Pessoa se quedó esperando, había oído decir que no hay dos sin tres. La tercera figura tardó unos segundos, era un hombre de esos que exhiben salud para dar y vender, con ese aire inconfundible de ingeniero diplomado en Inglaterra. Fernando dijo: “Me llamo Álvaro de Campos”, pero esta vez no esperó que la imagen desapareciera del espejo, se apartó él, probablemente estaba cansado de haber sido tantos en tan poco tiempo. Esa noche, entrada la madrugada, Fernando Pessoa se despertó pensando si el tal Álvaro de Campos se habría quedado en el espejo. Se levantó, y lo que estaba allí era su propia cara. Dijo entonces: “Me llamo Bernardo Soares”, y regresó a la cama. Fue después de estos nombres y de algunos más cuando Fernando creyó que era hora de ser también él ridículo y escribió las cartas de amor más ridículas del mundo. Cuando iba ya muy adelantado en los trabajos de traducción y de poesía, murió. Un momento antes de acabar pidió que le acercaran las gafas: “Dadme las gafas” fueron sus últimas y formales palabras. Hasta hoy nunca nadie se ha interesado en saber para que las querría, así se ignoran o desprecian las últimas voluntades de los moribundos, pero parece bastante pausible que su intención fuera mirarse en un espejo para saber quién era el que finalmente ahí estaba. No le dio tiempo la parca. Es más, ni espejo había en la habitación. Este Fernando Pessoa nunca llegó a tener verdaderamente la certeza de quien era, aunque esa duda hace que nosotros vayamos consiguiendo saber un poco más quienes somos.
BRAVO JORGE!!!
ResponderEliminarBuen relato.
ResponderEliminarIntentaré leer algo de este buen hombre. Y espero que cada día no sea igual que el anterior, porque últimamente los mios dan por el culo.
Hoy lo difente que tengo es la gripe, no se si porcina, pero como un caracol, parezco!!!
Como fue la eucaristia???alguna novedad al frente? cambiasteis el mundo o lo mejorasteis??
Hola Guapa!! Estás apañada!!...vaya fauna, cerdos, caracoles...pero no estábamos a rolex?¿?¿?¿?¿ El otro día, qué hicimos..a parte de en último momento decir: QUE SE JODA EL MUNDO!!y decidir no arreglarlo¿?¿..pues añadir un animalito más a la fauna; es decir...ponernos cómo BURRAS!!!!!
ResponderEliminarCuidate y besösh para todösh!!!